Con no poca admiración, con más afecto todavía, pongo en orden unas ideas que me dan honor al escribir sobre Antonio Suárez Mato. Felices los pintores, porque nunca estarán solos. Luz y color, paz y esperanza, proyectos nuevos, futuros de amor y vocación, amigos de siempre, les harán compañía hasta el fin, o casi hasta el fin, del día. Antonio Suárez no duda. Por ello progresa.
Lo conocí hace cincuenta años cuando todavía sentía la “emoción del consumidor”. Vamos a entendernos: absorbía, sabía bien lo que aprendía, asimilaba todo lo que miraba, todo lo que veía. Bien sabía que el patrimonio de color y luz de otros “consumados”, le ayudarían en su “hoja de ruta” como pintor. Esa “emoción del que consume”, andando los campos, subiendo los montes, deteniendo la cámara de su espíritu, paleta y pincel que ordena el lienzo de su alma con vetustos árboles, pinares con copas de terciopelo, choperas de grises, ámbar y resina que sangra, patera ya gastada en la que muere hoy ahogado el emigrante de incierto porvenir y pinos de El Portil del que una autoridad en el arte escribió sobre Antonio Suárez como su “inventor”, como “capitán de los Enebrales”, siempre en busca del mar azul, de las dunas limpias, del dorado matojo quemado al sol y vencido por el viento machacón de una metereología variante y variada, esa emoción del que “consume”, con su trabajo, con su constancia, sin necesidad de escuela o maestro o de maestro de escuela, se va convirtiendo en lo que llamé en Gibraleón hace sesenta años, la “ emoción del productor”,es decir del autor que encarna lo que es posible al hombre, pero lo que no es común a la humanidad: el musgo entre viejas piedras, la arcada de cal gastada por el tiempo, las vigas de un roble fuerte, que sostiene un campanil de antiguo rezo, el verdor de un campo en primavera del que surge la fuente de una torre que se empina como vigía del pueblo solariego entre bajas casas de lumbres y pucheros, sierra inmortal de piedras y de lajas , paisaje sinfónico al que concurre como un virtuoso Antonio Suárez, con la mochila llena de pinceles de agua y tierra , de aire y hasta de fuego.
Ya es “autor”, de balcones florecidos en óleos de suave trazo que sabe expresar en profundo sentimiento de calor y gracia. Las fuentes entretienen su cabeza autodidacta, los prados la consuelan, del dolor fuerte de la técnica y del progreso; las flores la alegran, y finalmente lo que crea en un soplo de vida que da a sus cuadros, bajo los cristales de unas gafas de sutil montura, con aires de intelectual, sabio y valiente enseña a cuantos con su persona, comunican.
Decía un autor que dentro de unos siglos la historia de esto que llamamos “la actividad científica del progreso”, será para las generaciones venideras, un motivo de gran hilaridad y conmiseración.
No querría pertenecer del todo a esta teoría “mágica” del progreso que puede llegar a producir pena a una parte de la humanidad. Seamos consecuentes y demos “cancha” a los nuevos productos de cursos digitales, de los que pueden surgir ideas para un pintor como Antonio Suárez, que sigue bebiendo de sus “propias fuentes “con aguas propias” en una aleación de “progreso” más fotografía y que, a oscuras en una habitación, traspasa al lienzo o a un tablero de ocume, un bodegón moderno de objetos únicos que elige con cariño de nostalgia y evocación: unas planchas de hierro, un frasco y un sifón, los almireces, un recipiente con nueces, un búcaro, piedras, conchas, cacerolas de casa antigua , jarra, sartenes, molinillos de café, sombrillas, etc. Esta es su nueva propuesta que estalla sobre el negro denso de la noche oscura y un flash de brillantes cobres con bulb de máquina sobre tres patas en equilibrio y que, en una impecable técnica de realización, se hace de la “verdad” disparando y abriendo con llave magistral la puerta a un mundo nuevo en el que combina “el retroceso”, con la mas ingeniosa forma de presentar su nueva exposición.
Adiós a la Costa y a la Sierra, al cobrizo de una puesta de sol rabiosa, al campo, al empedrado de la calle vieja, a los retratos con miradas bellas, al óleo y a la acuarela de chimeneas portuguesas, al desnudo puro y sin estridencias, miradas de mujer eternas, inmortal memoria femenina de bellezas sin par, puras, claras, de cristal y transparencia. Sanguinas, tiza, ocres de ensueño, delicados sepias que alargan la figura de un amor intenso.
¡Hasta luego! volverá el artista con su “hoja de ruta” a las técnicas del tiempo. Su nueva propuesta, bien merece cumplida admiración por ser buena, nueva y moderna.
Estos bodegones suman ilusión y aventura, encuentro autodidacta, técnicas nuevas, elementos de antaño, manecillas de un reloj que marca un tiempo. ¿Es cierto que el progreso es la realización de las utopías? Que responda Antonio Suárez Mato. Su nueva Exposicióndará la respuesta. Y es que “los locos abren los caminos que más tarde recorrerán los sabios”.
Manuel Marín Delgado Lcdo. en Derecho Profesor de Arte. IADE. Madrid.